agosto 29, 2013

Diario de un viaje corto

*8*

En una cantina de El Retiro, un pueblo de Antioquia, hay escrita una frase en la puerta del cuarto que sirve como baño. En letra pegada dice "il faut voyager loin en aiment sa maison" La frase, haré una traducción amañada, dice que es necesario viajar lejos amando su propia casa. Cualquiera se preguntará quién escribió esa frase, en esa puerta, en esa cantina atendida por un hombre muy campesino.  Hoy vuelvo a Medellín despues de haber visto la cordillera desde arriba, blanca y extensa, vacía, lejos de nosotros. Esa cordillera nevada que brilla por su pureza, por su virginidad. La cordillera como sinónimo de libertad y de soledad. Ese puente entre Santiago y Buenos Aires.

Vuelo con una imagen que no se borra. El mar hermoso y peligroso. Conocer el Pacífico, con sus leones marinos, con la fuerza del agua estallándose en mis pies. Y es que el mar se mete muy profundo, clava dentro de la arena las olas y me sacude por dentro. Soy un poco ola, un poco arena, un poco estruendo y espuma. Cierro los ojos y veo al sol reflejado en las ondas del mar. La luz entre directo al mar y se mueve con él creando formas que se repiten.

Regreso al cielo, a las nubes que se enredan, que se explayan. Pienso en el mar, en la dualidad del cielo y el mar. En esas dos expresiones del infinito, de la grandeza. Me recojo porque sé que el viaje duró lo suficiente. Miro mi equipaje de mano: diez libros, tres cámaras, maquillaje, post-it. Saco el pasaporte y sonrío.

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