agosto 06, 2013

Diario de un viaje corto

                                                 *3*
Salí a buscar el sol como un gato. Allí dónde había sol estaban mis pies. Estoy en un parque y Leonardo dice que no hay cura para el amor. Miro despacio, trato de enfocar en lo más profundo del parque. Un niño quiere aprender a montar en un skate. Es tierno, lo intenta, se cae, corre hacia donde su hermano. Lo intenta se cae. El olor de Santiago me enloquece ¿por qué huele a Madrid? Son esos árboles que nunca he podido saber cómo se llaman. También hay árboles con flores amarillas que huelen a miel. Es un placer pasar por su lado. Tengo miedo, guardo todo, no tomo fotos, maldita inseguridad. 

El sol fue disminuyendo y ahora mi guía fue el olor a almuerzo.  Terminé en un café, en medio de la nada, comiendo algo que no tenía buena cara. Estaba delicioso. Escribí, escribí si parar. Pasa que hay calles desiertas, silenciosas y de repente voltiás y te encontrar con muchas caras, con perros cojos, con carros que pasan rápido y motos que aturden. 

La mayor parte del tiempo la paso en silencio. Leo y escribo. Por la mañana y por la noche hablo con Diego. El resto del día me lo paso entre el silencio y un gracias, cuánto es.  Entonces oigo las voces, me detengo en conversaciones, observo y anoto. Drexler habla por mí "brisa del mar, llévame hasta mi casa. Un sueño y un pasaporte, como las aves buscamos el norte, cuando el invierno se acerca y el frío comienza a apretar. Y este es un invierno largo, van varios lustros de tragos amargos y nos hicimos mayores..."

Las personas de Chile

A ellos no les importa nada. Es invierno y están tirados en una manga del Parque Bustamante. Llevan más de dos horas abrazados, mirándose de frente mientras por su lado pasan señores, perros, bicicletas y carros. Ella le acaricia el cuello enredando los dedos en el pelo. Él le pone la mano en la cintura y le habla con ternura. Son dos tiras negras que de vez en cuando se enredan, dan pequeñas vueltas y vuelven a la posición inicial. A ellos no les importa nada. Es invierno y están muertos de la risa.

A mi lado un hombre alto, delgado, con el pelo liso y canoso, le escribe por un chat erótico a una mujer blanca, rubia. Me pregunta si soy de Brasil. Le respondo que no, que soy colombiana. Me habla en portugués rápido y dice que algo en mí le recuerda a las mujeres de Brasil. La mujer del chat le escribe. Me mira y me pregunta si soy de Cali o de Medellín. Le digo que de Medellín y me pongo roja como siempre. La mejillas me arden, saco mi libro de Crímenes como una alerta. Él vuelve al computador y sigue buscando mujeres distintas a él.

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